El diagnóstico es conocido: nos encontramos en un escenario comunicativo distinto al de no hace muchos años, en el que los periodistas ya no estamos solos y hemos de competir por notoriedad y reputación con una serie de creadores de contenido que han emergido en la periferia del periodismo y están logrando crear comunidades de usuarios numerosas y llegando mejor a unas audiencias que prefieren otros contenidos u otras maneras de informarse diferentes a las que los medios de comunicación ofrecen.
Uno de los campos informativos que más se ha visto impactado por la irrupción de esa nueva hornada de influencers, streamers, youtubers e instagramers es el ámbito del deporte, hasta el punto de que en muchos casos estos nuevos creadores han llegado a desplazar a los medios y periodistas deportivos de una posición de primacía en el acceso pleno a los protagonistas a través de plataformas digitales y redes sociales. E incluso los propios deportistas, creando medios y espacios propios, acceden directamente a los fans sin la obligatoriedad de antaño de pasar por el filtro del guardabarreras profesional para colocar el mensaje.
Por todo ello, viendo la multiplicidad creciente de plataformas y la emergencia continua de creadores de contenido con capacidad para conectar con unas audiencias cada vez más cotizadas, uno ha de preguntarse por qué lugar ocupa realmente el periodismo deportivo en el actual panorama comunicativo y, sobre todo, que están haciendo los medios (sus responsables) para adaptarse a ello; en qué medida está apostando por replantear procesos, tareas e incluso perfiles en las redacciones para hacer frente al cambio y así pujar por la diferenciación respecto a otras coberturas periodísticas más amateurs o simplemente respecto a otros contenidos que no son periodísticos y tampoco pretenden serlo.
Tal como plantea el profesor británico Roger Domeneghetti (Northumbria University) en el reciente libro Insights on Sports Reporting in the Digital Age, la legitimidad de estos nuevos creadores no debería siquiera discutirse, sobre todo teniendo en cuenta su capacidad para ocuparse con eficacia de espacios, nichos y colectivos que el periodismo deportivo profesional decidió desatender en un momento de la historia reciente. Entre esos vacíos dejados por los medios deportivos mainstream, destacan temas complejos como los relacionados con la raza, el papel de las autoridades del fútbol, la salud mental y la seguridad de los competidores o las estructuras sociales y culturales del deporte. Todo ello exige un tratamiento más serio y responsable para no dejarlo todo al albur del debate acalorado de las redes sociales.
"Mientras no debe olvidarse que los medios deportivos son también un negocio que necesita atraer para sí a las audiencias para asegurarse la viabilidad financiera a corto y largo plazo, es preciso que la industria realice una importante autorreflexión sobre qué historias y contenidos son lo que se quieren cubrir y con qué fin se publican. Si no se hace esto, podemos encontrarnos pronto con un periodismo deportivo que no solo ha abandonado su función de mediador, sino que ni siquiera tiene voz en la discusión fundamental sobre los aspectos éticos y sociales que rodean al mundo del deporte".
Como señala Domeneghetti, la proliferación de actores y plataformas en la 'selva' digital no solo nos obliga a repensar quién a estas alturas debería ser considerado un periodista (para ello quizá haya que actualizar estudios y detenernos más en saber qué opinan y esperan las audiencias). Sobre todo, el nuevo escenario debe llevarnos a replantear cómo debe hacerse un periodismo de calidad; cómo navegar digitalmente sin abandonar las buenas prácticas de la profesión, que son precisamente su salvaguarda y su sello distintivo, lo que ha de marcar la diferencia respecto a otros contenidos publicados sin filtro, verificación ni reflexión.
El periodismo deportivo no debería mirar tanto a lo que hacen desde la periferia como centrarse en hacer bien su trabajo.
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