El Centro Universitario EUSA en Sevilla acogió ayer la presentación de la obra 'Libros de estilo y periodismo global en español. Origen, evolución y realidad digital', escrita por José Rojas Torrijos, periodista y profesor e investigador de la Universidad de Sevilla.
En el acto, presidido por el director académico de EUSA, Francisco Guerrero, el libro fue presentado por Alberto Gómez Font, coordinador general de la Fundación del Español Urgente y miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).
La obra, editada por la Tirant lo Blanch en su colección Tirant Humanidades, explica la relevancia que han desempeñado los libros de estilo en la evolución del periodismo desde principios del siglo XX y, al mismo tiempo, ofrece una perspectiva comparada entre el grado de implantación actual de este tipo de herramientas en los medios de comunicación de España e Hispanoamérica.
He aquí un extracto de la presentación, una reflexión sobre la importancia de fijar unos estándares de calidad en el periodismo actual:
"Nuestra profesión vive actualmente unos momentos de cambio, que son convulsos y complicados; atraviesa por un periodo de obligada revisión de esas viejas recetas que hasta hace poco eran casi indiscutibles y de búsqueda de nuevos modelos de negocio a raíz de la eclosión de los nuevos soportes digitales.
No obstante, de un tiempo hasta parte, sobre todo en estos últimos tres años, da la sensación de que para una gran mayoría de los medios de comunicación solo tiene cabida un único modelo de gestión empresarial posible, aquel que se basa exclusivamente en el criterio de la rentabilidad.
La obsesión de las empresas y grupos de comunicación por reducir costes a base de recortes en las plantillas y mantener las cuotas de audiencia a cualquier precio en un mercado cada vez más competitivo implica un riesgo, que es el deterioro progresivo de los contenidos que emiten los medios.
El peligro reside en que la calidad ha dejado de ser una prioridad empresarial a la hora de confeccionar productos informativos. Y esto es lo que de verdad nos ha de preocupar a todos. Porque el debate en el que las empresas periodísticas han de centrar todos sus esfuerzos quizá no deba estar tanto en el modelo de negocio, que es vital para su subsistencia, como en el modelo de producto, que es, al fin y al cabo, lo que interesa a los ciudadanos.
Porque la sociedad demanda a los medios que hagan un periodismo de verdad, más cercano y atento a la participación del público, más alejado de los intereses de las fuentes y menos pendiente de lo que publiquen los medios de la competencia; y, especialmente, que esté regido por un sentido ético, una mayor transparencia y un mayor grado de responsabilidad social. Mantener el rigor y la veracidad en la elaboración y transmisión de las noticias es indispensable para que un medio de comunicación sea creíble y pueda tener continuidad en el mercado.
Por todo ello, resulta más necesario y oportuno que nunca que las empresas periodísticas se doten y hagan uso de herramientas dirigidas a una mayor autorregulación profesional y a un mayor control de calidad lingüística de los contenidos, como son los libros de estilo.
Efectivamente, los medios de comunicación que han incorporado a sus procedimientos habituales de trabajo mecanismos de vigilancia lingüística, transmiten seriedad y se granjean el respeto y la fidelidad del público.
No obstante, esta labor requiere de los medios de comunicación un trabajo de capacitación permanente, una formación continua de sus profesionales, porque su principal herramienta de trabajo, esto es, el idioma, es algo vivo y cambiante. Tanto es así que la incorporación incesante y necesaria de nuevas palabras y la adopción de nuevas modas y formas de expresión exigen periódicas revisiones de los diccionarios, que muchas veces no se actualizan a tiempo para dar una respuesta fidedigna a la nueva realidad idiomática.
Por este motivo, hoy día las verdaderas guías de uso del español son los libros de estilo, que, en su mayor parte, han sido editados en medios de comunicación, instituciones que se han convertido en las verdaderas autoridades lingüísticas de nuestro tiempo y, por tanto, en referencia obligada para el estudio del idioma al recoger y difundir las últimas novedades que en él se producen.
Sin embargo, los libros de estilo son algo más que herramientas de índole lingüística. Pese a tener como objetivo prioritario preservar y fomentar un uso correcto del idioma, también han de contribuir a la consolidación de la ética profesional en el ámbito periodístico y afianzar el papel de los informadores como honestos intermediarios entre la urgencia de los acontecimientos y las verdaderas necesidades de los ciudadanos.
Así, los medios, además de establecer en sus manuales unas normas de redacción dirigidas a presentar de manera homogénea sus informaciones a la audiencia, incluyen aquellos aspectos éticos y deontológicos esenciales e inherentes a la profesión. En otro sentido, estas obras también sirven a las empresas de comunicación para transmitir a la sociedad una imagen de calidad y prestigio que refuerza su identidad y marca diferencias respecto a los competidores, así como para fijar su ideología y presentarse en sociedad.
Al fin y al cabo, los libros de estilo son herederos directos y transmisores del buen hacer periodístico".
Otros vídeos relacionados con esta presentación:
La obra, editada por la Tirant lo Blanch en su colección Tirant Humanidades, explica la relevancia que han desempeñado los libros de estilo en la evolución del periodismo desde principios del siglo XX y, al mismo tiempo, ofrece una perspectiva comparada entre el grado de implantación actual de este tipo de herramientas en los medios de comunicación de España e Hispanoamérica.
He aquí un extracto de la presentación, una reflexión sobre la importancia de fijar unos estándares de calidad en el periodismo actual:
"Nuestra profesión vive actualmente unos momentos de cambio, que son convulsos y complicados; atraviesa por un periodo de obligada revisión de esas viejas recetas que hasta hace poco eran casi indiscutibles y de búsqueda de nuevos modelos de negocio a raíz de la eclosión de los nuevos soportes digitales.
No obstante, de un tiempo hasta parte, sobre todo en estos últimos tres años, da la sensación de que para una gran mayoría de los medios de comunicación solo tiene cabida un único modelo de gestión empresarial posible, aquel que se basa exclusivamente en el criterio de la rentabilidad.
La obsesión de las empresas y grupos de comunicación por reducir costes a base de recortes en las plantillas y mantener las cuotas de audiencia a cualquier precio en un mercado cada vez más competitivo implica un riesgo, que es el deterioro progresivo de los contenidos que emiten los medios.
El peligro reside en que la calidad ha dejado de ser una prioridad empresarial a la hora de confeccionar productos informativos. Y esto es lo que de verdad nos ha de preocupar a todos. Porque el debate en el que las empresas periodísticas han de centrar todos sus esfuerzos quizá no deba estar tanto en el modelo de negocio, que es vital para su subsistencia, como en el modelo de producto, que es, al fin y al cabo, lo que interesa a los ciudadanos.
Porque la sociedad demanda a los medios que hagan un periodismo de verdad, más cercano y atento a la participación del público, más alejado de los intereses de las fuentes y menos pendiente de lo que publiquen los medios de la competencia; y, especialmente, que esté regido por un sentido ético, una mayor transparencia y un mayor grado de responsabilidad social. Mantener el rigor y la veracidad en la elaboración y transmisión de las noticias es indispensable para que un medio de comunicación sea creíble y pueda tener continuidad en el mercado.
Por todo ello, resulta más necesario y oportuno que nunca que las empresas periodísticas se doten y hagan uso de herramientas dirigidas a una mayor autorregulación profesional y a un mayor control de calidad lingüística de los contenidos, como son los libros de estilo.
Efectivamente, los medios de comunicación que han incorporado a sus procedimientos habituales de trabajo mecanismos de vigilancia lingüística, transmiten seriedad y se granjean el respeto y la fidelidad del público.
No obstante, esta labor requiere de los medios de comunicación un trabajo de capacitación permanente, una formación continua de sus profesionales, porque su principal herramienta de trabajo, esto es, el idioma, es algo vivo y cambiante. Tanto es así que la incorporación incesante y necesaria de nuevas palabras y la adopción de nuevas modas y formas de expresión exigen periódicas revisiones de los diccionarios, que muchas veces no se actualizan a tiempo para dar una respuesta fidedigna a la nueva realidad idiomática.
Por este motivo, hoy día las verdaderas guías de uso del español son los libros de estilo, que, en su mayor parte, han sido editados en medios de comunicación, instituciones que se han convertido en las verdaderas autoridades lingüísticas de nuestro tiempo y, por tanto, en referencia obligada para el estudio del idioma al recoger y difundir las últimas novedades que en él se producen.
Sin embargo, los libros de estilo son algo más que herramientas de índole lingüística. Pese a tener como objetivo prioritario preservar y fomentar un uso correcto del idioma, también han de contribuir a la consolidación de la ética profesional en el ámbito periodístico y afianzar el papel de los informadores como honestos intermediarios entre la urgencia de los acontecimientos y las verdaderas necesidades de los ciudadanos.
Así, los medios, además de establecer en sus manuales unas normas de redacción dirigidas a presentar de manera homogénea sus informaciones a la audiencia, incluyen aquellos aspectos éticos y deontológicos esenciales e inherentes a la profesión. En otro sentido, estas obras también sirven a las empresas de comunicación para transmitir a la sociedad una imagen de calidad y prestigio que refuerza su identidad y marca diferencias respecto a los competidores, así como para fijar su ideología y presentarse en sociedad.
Al fin y al cabo, los libros de estilo son herederos directos y transmisores del buen hacer periodístico".
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