El advenimiento de una competición deportiva de repercusión internacional suele ser el mejor pulsómetro para calibrar el 'estado de forma' por el que atraviesan los medios de comunicación, ya que la cobertura de este tipo de acontecimientos exige a las empresas periodísticas realizar un esfuerzo máximo para disponer de todos los recursos materiales y humanos posibles, y así garantizar al público receptor una cobertura informativa amplia y de calidad.
A diferencia de lo que ocurre con otras citas de máximo calado como la Copa del Mundo de fútbol o los Mundiales de atletismo, en los que durante más de una semana la actualidad se centra solo en una modalidad deportiva y donde los medios recurren a sus especialistas habituales en este tipo de torneos y disciplinas; los Juegos Olímpicos, como los que se celebran el año próximo en Londres, constituyen el verdadero examen para cualquier redacción de Deportes (esta palabra en plural aquí cobra todo su sentido), porque ha de contar tanto con la aportación de los periodistas más especializados y expertos colaboradores como con firmas que normalmente son ajenas a la cobertura de determinadas disciplinas y que incluso proceden de otras secciones pero otorgan prestigio a los contenidos.
Las grandes competiciones como los Juegos Olímpicos por lo general requieren del periodista una competencia más que notable para poder hacer frente a determinadas informaciones sobre deportes con cuyos reglamentos no está familiarizado y sobre una competición de alcance planetario, donde compiten atletas de todos los países, cada uno de ellos con sus respectivas siglas, que son las que han de aparecer en las clasificaciones y fichas que acompañan a las crónicas. Para unos medios, los menos acostumbrados a lidiar con competiciones de deportes minoritarios, la preparación adicional necesaria será mucho mayor que para aquellos otros que no se ciñen tanto a la agenda del fútbol y las grandes estrellas de la raqueta, la canasta o la Fórmula Uno.
No obstante, para todos la exigencia de calidad es la misma y ello, dado el carácter universal del evento en cuestión, no viene nada mal repasar un poco de Geografía para no incurrir en errores a la hora de referirnos a la nacionalidad de un deportista o a la zona del mundo donde su ubica determinado país. Lejos de tratarse de una cuestión ya resuelta por todos, conviene (no está de más) recordar algunos usos incorrectos o dudosos de gentilicios que se reproducen de manera cíclica en las páginas y espacios de los medios de comunicación, tanto los deportivos como los de información general, y que, en un elevado porcentaje, aparecen cuando se tratan de evitar las repeticiones mediante la búsqueda denodada de formas sinónimas una vez que en los textos ya se ha utilizado varias veces la misma palabra, topónimo o gentilicio, para referirse a un atleta o a una selección.
Entre los gentilicios que suscitan más dudas y ambivalencias, se encuentra keniano. Así deberán denominarse a los atletas de Kenia que, por ejemplo, se postulan como principales candidatos a las medallas en el maratón y resto de pruebas de fondo de la cita londinense. Keniano y no keniata, que es el apellido del que fuera presidente de este país africano desde su independencia en 1963 hasta 1978, Jomo Kenyatta. No obstante, esta segunda forma es recogida por la Nueva Ortografía de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que, una vez más, acaba admitiendo un nueva palabra o significado por lo extendido de su uso entre la población.
Las menciones de un deportista o un equipo de México deberá ser siempre la de mexicano y no azteca, que no es un gentilicio sino una referencia histórica, esto es, la del 'individuo de un antiguo pueblo invasor y dominador del territorio conocido después por el nombre de México', como recuerda la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA). Mucho más grave que esto resulta hablar del mexicano como centroamericano o, aún peor, como suramericano, en lugar de llamarle norteamericano (México es uno de los tres estados de América del Norte y está fuera de la franja territorial mesoamericana, de cualquier país comprendido entre Guatemala y Panamá, incluidos los de las islas del Caribe).
De igual forma, los nacidos o nacionalizados en Turquía serán turcos y no otomanos (nueva asociación a un periodo histórico ya pasado y lejano, la dinastía que se extendió desde el siglo XIII hasta 1923); y los de Francia serán, siempre que sea posible, franceses antes que galos (estos no fueron el único pueblo en el actual territorio francés, en el que también estuvieron los francos, los normandos y los romanos; y la Galia fue una zona que no solo ocupó una parte de Francia sino también de otros países como Bélgica, Holanda, Suiza, Austria e incluso una pequeña zona de Italia).
Por otra parte, si bien es cierto que la denominación 'islas británicas' está muy extendida para designar a Gran Bretaña e Irlanda, esta última no es británica más que en la porción que ocupa Irlanda del Norte. Un irlandés no es británico. Aseverar lo contrario es dar pie casi a un conflicto diplomático. En competiciones deportivas, hay que referirse a Gran Bretaña, no al Reino Unido, excepto en el fútbol, el rugby o el golf, donde habrá que determinar siempre si los deportistas son ingleses, escoceses, galeses o norirlandeses, según la federación a la que pertenezcan.
Otros sinónimos de gentilicios habitualmente mal hallados son carioca (de la ciudad de Río de Janeiro; el del estado de Río es fluminense) como equivalente de brasileño; o flamenco en lugar de belga. También en este caso, se emplea una parte (la región de Flandes) para referirse a un país entero. Efectivamente, todos los flamencos son belgas pero a la inversa, ya que también los hay valones (región del Sur mayoritariamente francófona).
Algunos países como Finlandia y Holanda-Países Bajos suscitan confusión porque las formas para referise al idioma y la nacionalidad son casi intercambiables. Así, los términos finlandés y finés pueden usarse como sinónimos, pero se prefiere el empleo del primero como gentilicio y del segundo para la lengua que se habla allí. Por su parte, el gentilicio de Países Bajos es neerlandés, que, tal como advierte el Diccionario panhispánico de dudas, también se emplea, como sustantivo masculino, para designar el idioma. Pese a que Holanda designa estrictamente una región occidental de los Países Bajos, es frecuente y admisible emplearlo en el habla corriente para referirse a todo el país y, por extensión, hacerlo lo propio con el término holandés como gentilicio.
En otros supuestos, las referencias a una nacionalidad se usan incorrectamente cuando se usan como sinónimos de ciertas religiones. Por ello, no es del todo apropiado llamar hebreo a un deportista israelí - y menos aún a un equipo o selección, cuando no todos tienen por qué ser judíos-, que es el adjetivo con que se conoce a los habitantes del estado de Israel, sea cual fuere su creencia religiosa. De la misma manera, no es correcto referirse a un deportista natural de India como hindú en vez de indio, cuando no todos los habitantes del segundo país más poblado del mundo practican el hinduismo; los hay también cristianos y musulmanes, entre otras creencias religiosas. Y entretanto, los conceptos árabe y musulmán se intercambian como sinónimos cuando no lo son. De hecho, países con mayoría de población que profesa el Islam como Indonesia, Pakistán, Turquía o Irán, no son árabes.
La indefinición muchas veces se apodera de las informaciones cuando en ellas se recurre a adjetivos que no designan solo un país sino una zona o región, tales como balcánico (no son solo los exyugoslavos, sino también los rumanos, albaneses, búlgaros o griegos) o nórdico, como equivalencia por aproximación del término escandinavo (los islandeses son, desde un punto de vista lingüístico, nórdicos, pero geográficamente no son escandinavos; estos solo son los habitantes de los países que conforman la Península Escandinava, es decir, Suecia, Noruega y, por extensión, Dinamarca).
En cualquier caso, el nacimiento de nuevos Estados (con los dos últimos, Timor Oriental y Sudán del Sur, ya son 193 según la Organización de Naciones Unidas), nos obliga repasar nuestros conocimientos y ponernos al día, que no es tarea sencilla. Aun así, siempre hay varios gentilicios que suelen resistirse más que otros, ya sea por su rareza o porque despiertan más de una posibilidad. Entre ellos, se encuentran los de Antigua (antiguano), Fiyi (fiyiano), Madagascar (malgache), Malí (maliense o malí), Níger (nigerino), Trinidad (trinitense), Saint Kitts y Nevis (sancristobalense), Angola (angoleño o angolano), Ucrania (ucraniano o ucranio), Zimbabue (zimbabuense), Barbados (barbadense), Bahamas (bahamés o bahameño), Islas Salomón (salomonense), Sri Lanka (esrilanqués o ceilandés) o Emiratos Árabes (emiratí).
La precisión es una máxima en la redacción periodística; da consistencia y credibilidad a lo que se está contando. Por este motivo, cada vez que se afronta una nueva información hay que asegurarse siempre de que todas las referencias a lugares, fechas, eventos y personajes sean certeras. En el caso de las informaciones de ámbito internacional, la exactitud reside muy especialmente en un empleo adecuado de los gentilicios y del resto de referencias geográficas.
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