lunes, 9 de enero de 2012

Martín F. Yriart: "El libro de estilo útil cabe en veinte folios, no es necesario imprimirlo y solo interesa a profesionales del medio que lo produce"

Martín Felipe Yriart (1942) es uno de los periodistas argentinos más relevantes del último medio siglo. Filólogo de formación, muy pronto se decantó por el periodismo, un ámbito en el que despuntó primero como redactor en la prensa de calidad de su país (Panorama, La Opinión y Ámbito Financiero), y en la agencia internacional Reuters, donde llegó a ser editor a cargo del Servicio de Noticias en Español (SLS).

Ha sido profesor de Periodismo Científico y Técnico de la Universidad de Buenos Aires y de Periodismo Literario en la Escuela de Letras de Madrid, así como organizador y director del Servicio de Noticias de la Agencia de Información Científica CyT-UBA que él mismo creó. Además, ha trabajado como investigador y consultor en comunicación de organismos científicos y proyectos de tecnología nacionales e internacionales. Actualmente, desempeña el cargo de adjunto a la Dirección en la revista intercultural digital Ómnibus.

Periodismodeportivodecalidad conversó con él para compartir reflexiones sobre el nuevo panorama que plantea la era digital en la producción periodística, y en las nuevas formas de redactar noticias y aplicar reglas de estilo en la construcción de los textos.

- Internet está cambiando la forma de escritura y lectura noticias de una forma tan revolucionaria como lo hizo en su momento el tendido del cable transatlántico que conectó por primera vez América con Europa. ¿Podemos establecer este paralelismo?

- Me gusta mucho esta pregunta. La tecnología actual nos está llevando vertiginosamente a una confluencia de canales y soportes como hasta ahora sólo creíamos que era posible en la ciencia-ficción (Viaje a la Luna, 2001-Odisea del Espacio, Alf el Extraterrestre, etc). Nos hace olvidar lo que sucedió, hace apenas un par de generaciones o tres, con el telégrafo, el teléfono, el cable submarino y la linotipo de Ottmar Megenthaler, pero no debe hacernos olvidar sus lecciones. Las nuevas tecnologías no nacen sino poner en evidencia algo que ya intuíamos: las estructuras cognitivas están tan profundamente arraigadas en nuestra mente que el progreso tecnológico no hace sino potenciarlas. (¿Para qué se invertiría tanto dinero en I&D, si no?)

Internet resalta por un lado el margen del lenguaje que linda con el gesto, con el gruñido; y por otra parte revela cuán complejos son nuestros mensajes, tanto en la dimensión denotativa como en la connotativa. Internet –la posibilidad de compaginar texto, sonido e imagen, y de conectar los significados representados en una sola pantalla con un número indeterminado de otros– refuerza empíricamente lo que la lingüística nos anticipaba ya desde Ferdinand de Saussure, a comienzos del s. XX: El soporte cambia y el hablar se adapta a cada una de las innovaciones, pero las estructuras profundas de la lengua son una constante biológica que se manifiestan según las circunstancias culturales pero en lo esencial siguen siendo las mismas.

El cable transatlántico (en realidad el telégrafo, poco antes, y los recursos improvisados de Havas –mujeres disfrazadas para entrar en el París sitiado por los prusianos– y Reuters –palomas mensajeras para llevar de una ciudad a otra las cotizaciones del mercado de monedas y oro– en la Europa de 1848) convirtieron las largas cartas de los corresponsales en compactos “cables” y “telegramas”, de los que surgieron, primero, la idea de la “pirámide invertida” (imagen sugestiva pero falsa), las “Wh” (un eficaz controlador de contenidos) y luego (lingüística del texto de por medio) la superestructura de la noticia, que no tuvo nombre hasta que los estructuralistas como T.A. van Dijk se ocuparon de ella.

Concretamente, sí. Escribimos noticias de manera diferente desde que el telégrafo (hijo del ferrocarril) y el cable (hijastro del Cruce Atlántico) nos dieron la posibilidad de decir todo en siete párrafos de no más de 55 palabras (en inglés) cada uno.

- ¿Cuáles son a su juicio las peculiaridades de la escritura periodística en internet y las nuevas pautas generales que han de asumir los nuevos profesionales para la confección de textos periodísticos en los nuevos medios?

- Los nuevos públicos son públicos de lo efímero. No contamos ya lo sucedido “ayer” sino lo que “acaba de suceder” hoy, y que ya no será “hoy” mañana, ni aún dentro de un par de horas. Estamos nuevamente, como en los orígenes de la radio, conectados con el presente, narrando carreras ciclísticas o progresiones electorales minuto a minuto.

No necesitamos esperar ya que se encienda la luz amarilla en la sala de redacción, advirtiendo que quedan sólo 10 minutos para el arranque de la rotativa, ni la roja, con su timbre electrizante que anuncia su puesta en marcha –yo mismo, como Editor-a-Cargo, he apretado, no sin cierto sádico placer, ese botón rojo unas cuantas veces en mi vida– sino que ahora el rojo y el amarillo se superponen continuamente. Estamos viendo –y escribiendo o relatando– las noticias en tiempo real. Pero no como lo hacíamos los periodistas de agencias noticiosas hasta no hace mucho para nuestros colegas de los periódicos y las radios (o las telenoticias sin imagen), que lo reprocesarían según su criterio y a su tiempo, sino directamente para el público.

Lo esencial sigue siendo, sin embargo, lo mismo: la “pirámide invertida” y las cinco “wh” siguen allí, sólo que ahora sabemos que esas ideas provenientes del folklore del diario y de la agencia de cables del siglo XIX son esbozos intuitivos de una sintaxis noticiosa con una superestructura tan simple y clara como la de sujeto y predicado en la oración enunciativa que aprendimos en la escuela primaria. Seguiremos escribiendo noticias con esa sintaxis textual superestructural pero en lugar de hacerlo sobre papel lo haremos para la pantalla, proyectándola a través de ella a un nuevo orden de complejidad. Y con posibilidades impensadas hace apenas una generación de validar y ampliar los datos y fuentes, de combinar simultáneamente texto, sonido e imagen (fija y en movimiento), y de “linkear” todo al universo ilimitado (e inverificado) de la Internet.

Lo que en la superestructura de la noticia eran párrafos sucesivos, cada uno con una categoría de contenidos específicos –“entrada”, “reacciones orales”, “antecedentes directos”, “historia”, etc.– serán ahora enlaces a otras páginas editadas coordinadamente, y también, a páginas independientes, de otras fuentes, con contenidos que antes sólo podían ser aludidos o connotados en nuestros mensajes predigitales, por necesidades obvias de tiempo de producción y de espacio textual (cognitivo).

Un ejercicio realizado con páginas del periódico 100 por ciento digital Slate, del grupo The Washington Post, puso en evidencia que por cada página (folio) en un artículo de análisis noticioso publicado por este periódico (digital de nacimiento) podía haber hasta cien enlaces sucesivos en cinco órdenes de despliegue (Datos del autor).

- Se trata, por tanto, de adaptar el tamaño y la estructura del cuerpo de la noticia a las posibilidades técnicas que ofrecen los nuevos soportes digitales.

- Concretamente, las características textuales del soporte digital están determinadas por las propiedades ópticas y dinámicas de la pantalla –subdivisión, emergentes, desplazamiento vertical– y las funciones del teclado, comunes a todos los textos digitales, sean o no periodísticos. El soporte digital permite todo tipo de sintaxis y extensión textual, dependiendo de la capacidad individual del lector de receptarlo, como de una razonable adaptación de ese texto y de su diseño visual a la pantalla estándar de un ordenador (con los ajustes a equipos portátiles o manuales de diferente tipo, y las restricciones inherentes a su campo visual).

Las dimensiones físicas y propiedades ópticas de la pantalla son decisivas en cuanto qué se puede o no leer en ella. Adiós a la mirada “a vuelo de pájaro” de una doble página de periódico tamaño “sábana”, con una docena de titulares en tres niveles; adiós a la visión de conjunto del texto, que permite calcular “a ojo” el tiempo de lectura requerido, a que estábamos acostumbrados en el periódico impreso.

La pantalla –y más cuando es fragmentada horizontalmente en columnas paralelas– obliga a un recorrido lineal de los textos, segmentado verticalmente por los movimientos obligados de la página, pero rígidamente sucesivo. Y esa línea puede convertirse en un laberinto, con el agregado de pop-ups y de enlaces.

- ¿De qué normas básicas de redacción estamos hablando?

- Algunas reglas elementales –casi de sentido común– para un manual de redacción del periodismo digital son:

1) La extensión del párrafo debe ser menor en número de líneas que la pantalla estándar; de lo contrario aumenta la fatiga del lector por el esfuerzo adicional de enlazar unidades de sentido que la vista no puede abarcar en su totalidad como en el papel (efecto “fluir de la conciencia”).

2) El ancho de columna, independiente del de la pantalla, no debe superar la cantidad óptima de palabras que puede retener el buffer de la memoria de corto plazo (entre 8 y 10, según las lenguas), ni tampoco ser muy inferior a este.

3) El tiempo de lectura debe ajustarse al óptimo tiempo de atención del lector de la pantalla (máximo 10 minutos, aproximadamente), que por efecto de la luminosidad es menor que el del papel obra (mate, por oposición al estucado).

- Sin embargo, escribir bien en la Red debe seguir siendo en esencia lo mismo de siempre: ser capaz de elaborar textos claros, precisos y amenos... (La norma estilística de los nuevos medios se ajusta a la denominada “regla de las seis C”: corrección, claridad, concisión, consistencia, credibilidad y cortesía).

- Tenemos que revisar profundamente todas nuestras ideas (las de los profesionales más o menos veteranos del periodismo y las de los que para bien o para mal hemos accedido a cátedras universitarias o nos publican editoriales de cierta tradición) a la luz de la investigación científica en la estructura de contenidos de los medios, el discurso periodístico, el comportamiento de los públicos y el proceso de recepción del mensaje (como para empezar). “Claridad”, “concisión”. “objetividad” son conceptos más o menos intuitivos o incluso, “folklóricos”, de la profesión, que se revelan a veces vacíos, y otras, necesitados de una revisión profunda y radical.

Hoy tenemos herramientas cuantitativas para medir la receptabilidad de un texto por el lector, o para conocer cuánto de lo que escribimos es comprendido y recordado, o en qué párrafo de nuestro texto –o en qué palabra de nuestro discurso oral– el público se cansa, desconecta, y nos deja escribiendo –o hablando– solos.

Cada vez menos los medios periodísticos son órganos independientes, en lo económico, lo político o lo ideológico. Cada vez más es responsabilidad del lector decidir qué acepta de sus contenidos y qué debe rechazar. Y cada vez más es responsabilidad de la educación –la escuela pública, principalmente– enseñar a los jóvenes a leer críticamente la prensa, mirar la televisión, escuchar la radio, navegar por la WWW.

- Según explica el periodista colombiano Guillermo Franco en su libro Cómo escribir para la web, el hecho de que la información se lea en pantalla hace que el texto se configure formando una especie de F, donde los usuarios solo ven el primer tercio de los titulares, la primera frase de los párrafos y los intertítulos cuando exploran la página. Los textos se acortan y se construyen a partir de hipervínculos. Teniendo en cuenta todo esto, ¿en qué medida sigue teniendo vigencia la pirámide invertida en la construcción de las noticias?

- La “pirámide invertida” –expresión nacida hace un siglo o más en las redacciones de agencias de noticias estadounidenses, a las que no les debemos pocas herramientas profesionales– es un concepto intuitivo que junto con las “Wh” anticipa lo que la lingüística del discurso describirá luego como superestructura de la noticia, una categoría textual específica dentro de las formas corrientes del discurso periodístico.

Como siempre, en las redacciones de los medios surgen intuitivamente las respuestas a los potenciales y las limitaciones de los soportes en que estos se publican. Los periodistas –a trancas y barrancas– nos anticipamos a lo que los psicolingüistas dirán que hemos hecho bien o mal. Los mismos informáticos se admiran de las estratagemas que intuitivamente inventamos los periodistas para resolver los problemas que el soporte digital nos plantea.

Pero afortunadamente somos tantos hoy que el mero número de los miembros de nuestra profesión, y la intercomunicación de que disfrutamos, hacen que nos corrijamos y nos emulemos, gestando entre todos el panal de un lenguaje común, como las abejas el suyo.

El método del “ensayo-y-error” es caro, pero pocas veces quienes desarrollan las nuevas tecnologías del soporte se anticipan también a proporcionarnos guías útiles acerca de cómo aprovechar sus recursos. Y muchas veces el voluntarismo de ciertas instituciones no hace sino agregar ruido al ya existente en el canal de las comunicaciones profesionales, algo que de una buena vez, para bien o para mal, debemos decidirnos a enfrentar críticamente.

Aun así, las estructuras cognitivas profundas del lenguaje humano, que se han desarrollado a lo largo de milenios, y que tienen una raigambre común, remontable probablemente a Lucy, esa antepasada africana nuestra de donde nacieron todas la razas y pueblos, se revelan más fuertes que las ideologías y las tecnologías, y son el factor determinante de la comunicación; no a la inversa. La cuestión es cómo estructuras cognitivas profundas y desarrollos tecnológicos modernos logran concurrir en mensajes comunicables y receptables por el público, de cada vez mayor potencial informativo y alcance global.

- Lo que parece claro es que los nuevos soportes tecnológicos determinan los enunciados. ¿Supone esto algún tipo de limitación al estilo de contar las cosas?

- Lo que se ve en el terreno es que los nuevos soportes tecnológicos, que efectivamente determinan la modalidad de los enunciados, no los limitan en sus contenidos sino que abren inmensas posibilidades de ampliación y enriquecimiento. (El empobrecimiento de contenidos observable en ciertos medios no es causa de la tecnología sino de su uso interesado, o de simple incapacidad, generalmente no de sus profesionales sino de su público participante.)

Hace muy poco tiempo teníamos que resumir la noticia más importante del siglo –la caída del muro de Berlín, por hablar de algo que yo mismo tuve en mis manos en más de un sentido (broma que puedo explicar por privado)– en siete a once párrafos con una entrada de compendio de una oración de no más de 55 palabras, con no más de tres subordinadas incluidas, totalizando unas 700 palabras (dos folios, si alguien recuerda qué era un folio) como máximo. Y esto en menos de 15 minutos, escalonadamente, según la pauta “Alerta-Urgente-Cabeza, etc”. Hoy esta noticia puede desarrollarse en miles de palabras y horas de transmisión en directo de imágenes y voz, con fuentes de procedencias globales, y remisión a millones de palabras archivadas en lugares protegidos de la WWW.

En este sentido, los periodistas debemos ser cada vez más editores de nuestra propia noticia. Es decir: no tenemos que limitarnos ya a la secuencia “Alerta-Urgente-Cabeza-Ampliación-Reacciones-Segunda Cabeza-Lateral-Perfil-Historia, etc”, que eran la receta de la “noticia dura” en la mesa de edición de agencias como Associated Press o Reuters. Debemos pensar ya en los componentes de esta secuencia como en ramificaciones de una telaraña –como en realidad lo han sido en gran parte nuestros contenidos de archivo– y que nuestros lectores no están ya forzados a leer la información linealmente más allá de unos límites precisos determinados por la comprensión de la información (esos 5-7 párrafos primeros).

Pasado el umbral mínimo de la comprensión –lo que nuestros colegas veteranos considerarían la “cabeza” de la pirámide invertida– nuestros lectores tienen hoy la posibilidad de saltarse la cerca de la pantalla que tienen ante la vista y comenzar a recorrer la WWW de acuerdo con sus ideas acerca de lo relevante, por los caminos (enlaces) que nosotros les ofrezcamos, o por donde su cultura periodística e informática les sugiera, de la Biblia a la Enciclopedia Británica, pasando por Google Maps, Wikipedia o …

De límites, nada; por el contrario: todo son puertas abiertas al enriquecimiento de los contenidos noticiosos, por los periodistas como por los receptores mismos de las noticias.

- Y luego están los riesgos y los miedos. El escritor mexicano José Emilio Pacheco, premio Cervantes en 2009, dijo en el discurso de entrega del galardón que internet es un arma de doble filo: "es, al mismo tiempo, la cámara de los horrores y el retablo de las Maravillas".

- La tecnofobia es tan lamentable como la tecnomanía. José Emilio Pacheco es un admirado poeta para mí. Pero dejemos sus fobias y sus filias para su vida interior.

- Quizá la clave reside en que la red exige a los periodistas reforzar los procesos de validación de fuentes, que al fin y al cabo es lo que diferencia a un medio propiamente periodístico de otra página o plataforma que no lo es. Ahí están las denominaciones 'periodismo ciudadano', 'periodismo cívico' o 'periodismo participativo...

- Cuando surge este asunto de la responsabilidad de los periodistas, yo siempre pienso que de una parte está la justicia penal, que castiga las calumnias e injurias, y de otra, la justicia del lector, que castiga la necedad. Si queremos tener lectores, audiencia, ya sabemos qué tenemos que hacer.

Ahora, hay un antiguo proverbio que dice que podemos engañar a muchos durante poco tiempo, o a pocos durante mucho tiempo, pero no a muchos durante mucho tiempo. Y al que le quepa el sayo, que se lo ponga. (Cito a una abuela vasca mía, nacida en el siglo XIX, en un pueblo hoy desaparecido, del Pirineo francés.)

En cuanto a la participación del público en la producción de la noticia, la experiencia diaria es el mejor de los antídotos: el público construye un mundo y una narrativa de la realidad; los periodistas estamos para capturarla, desmantelarla y reconstruirla como información. Pero nunca las partes (los públicos) pueden convertirse en representación del todo. Y esta advertencia nos incluye a nosotros mismos, los periodistas, cuando nos olvidamos de la profesión y actuamos en otro rol (no siempre concientes de ello).

- ¿Y qué función cumplen los libros de estilo en la era del periodismo digital?

- No perder el tiempo consumiendo productos de promoción de imagen de las empresas editoriales o mediático-digitales. Basta leer las primeras páginas de “libros de estilo” de medios periodísticos que declaran que “este periódico dirá siempre la verdad” (lo dicen ingenuamente hasta los más serios y prestigiosos) para que debamos prepararnos para esquivar los bulos que nos enviarán cuando convenga a sus intereses.

En cuanto al resto de los contenidos –los de carácter estrictamente técnico-profesional– está demostrado que se cumplen en la práctica en aproximadamente un 50 por ciento. En el mejor de los casos, los libros de estilo para consumo público son una expresión de deseos. En los restantes, cada lector puede hacer fácilmente su propia evaluación. Esto mismo puede aplicarse a las páginas de Internet que los medios ponen a disposición de los lectores para expresar su opinión o contribuir a los contenidos informativos.

En la era del ocio como valor supremo de la sociedad de consumo, las empresas periodísticas –más allá de otros motivos que pueden albergar sus propietarios– están bajo la continua presión/tentación de convertir al periodismo en otra forma de entretenimiento (cuando no en un antifaz de los hechos), con el sano interés de incrementar las ganancias empresarias. Pocos recursos más fértiles para este fin que las pantallas de los ordenadores, descendientes perfeccionados superlativamente del entretenimiento por antonomasia: la televisión (con perdón de la veterana radio).

Los “libros de estilo” realmente útiles caben en no más de veinte folios, no es necesario imprimirlos, y no interesan más que a los profesionales del medio que los produce (excepción hecha de esa rara avis, los investigadores en medios de comunicación).

Para los estudiantes de Ciencias de la Comunicación hay mucho que leer, antes de examinar esas pálidas páginas. Pero ciertamente leyendo libros de estilo (disponibles para el público en las librerías o las páginas digitales de los medios) no se aprende a escribir, sino más bien (y en el mejor de los casos) tan sólo cómo no hacerlo mal, lo que no es poco, pero tampoco suficiente. Una sana experiencia, para legos como para profesionales, es comparar, página por página, los libros de estilo con los medios que los publican.

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