Las noticias extraordinarias, las provenientes de modalidades que no ocupan el carril mediático o simplemente aquellas que son practicadas por mujeres, suelen plantear al periodismo deportivo un auténtico examen. Constituyen, cada vez que se producen, una oportunidad para evaluar si los criterios que utilizan estos medios en la selección y jerarquización de los contenidos son noticiosos o meramente mercantilistas; si en ellos se prioriza la transmisión a la sociedad de resultados y logros o más bien la recreación de anécdotas o rumores envueltos con celofán pseudonoticioso; si, en definitiva, este tipo de periodismo responde a su objeto social de contar el deporte en su diversidad y hacer honor a su apellido o si, por el contrario, desplaza e invisibiliza historias que tienen que ver con la actividad física de los atletas en favor del espectáculo y el entretenimiento. En función del grado de aplicación de criterios noticiosos, del tratamiento que se haga de las noticias sobre resultados de competiciones y del alejamiento de otras que nada tienen que ver con el deporte, el periodismo deportivo será, en primer lugar, más periodístico, y en segundo término, más deportivo.
La futbolización de la información deportiva, la banalización de los contenidos y la ligereza en el empleo de las fuentes, el sexismo y la fijación de estereotipos raciales o culturales, la incitación a comportamientos violentos a través del empleo del lenguaje o la prevalencia de formatos extraperiodísticos en el panorama deportivo audiovisual son cuestiones esenciales que afectan a la calidad de la información y sobre las que es preciso reabrir cada cierto tiempo un debate que tiene que ver directamente con la ética profesional y con la responsabilidad social que cumple este tipo de periodismo por su especial repercusión y enorme interés que suscita entre los ciudadanos.
Por todo ello, es necesaria y bienvenida la reflexión que plantean el periodista Jacobo Rivero y Claudio Tamburrini, investigador del Centre for Healthcare Ethics de la Universidad de Estocolmo (Suecia) en el libro Del juego al estadio. Reflexiones sobre ética y deporte (2014). Se trata de una obra que aborda el comportamiento del periodismo deportivo en un contexto ético entendiendo "el deporte como un espacio útil para la comunidad, como proceso de socialización y de protección", como "un lugar importante que existe hoy en día en multitud de iniciativas deportivas que viven alejadas de los focos y las informaciones".
Este texto planta sobre la mesa ciertas cuestiones normalmente olvidadas o, cuando menos, alejadas del debate diario en los medios y que tienen que ver con el modo de hacer su trabajo, así como del funcionamiento en general de las estructuras federativas y de la gestión del deporte profesional, porque a menudo se trata de contar verdades incómodas, de exponer públicamente que las prácticas de unos y otros son manifiestamente mejorables. Tal como señala Rivero, "en un mundo sobreinformado deportivamente no parece existir una especial preocupación por hablar de la relación entre la ética y el deporte, más allá de momentos puntuales en que el foco mediático se pone en alguna excentricidad o circunstancia excesiva en la que se trata el asunto -habitualmente- de forma superflua o tendenciosa en los medios de comunicación".
Los autores, que recorren episodios recientes del deporte de alta competición para reflexionar sobre comportamientos y actitudes de atletas, federaciones y medios de comunicación ("la mano de Dios" de Maradona en 1986, el cabezazo de Zidane en la final del Mundial de 2006, el caso de la atleta hermafrodita sudafricana Caster Semenya en 2009, Kathrine Switzer como icono de lucha por la igualdad en el deporte, en el maratón de Boston en 1967, el dopaje, la homosexualidad de Jason Collins en la NBA,...), inciden en la importancia de los periodistas como amplificadores de esos valores inherentes a la actividad fisica y que tienen a los deportistas profesionales como referentes sociales por su proyección pública. "La responsabilidad de cómo se cuenta, de qué se cuenta y de por qué se cuenta es innegable".
A juicio de Rivero, "más allá de la noticia, impera la forma" y "lo habitual -desgraciadamente- es que se imponga el grito, la banalidad o la ocurrencia ridícula", que muchas veces se aleja de lo que podría ser considerada realmente como información deportiva. Advierte de la peligrosa espectacularización de los contenidos, especialmente en formatos televisivos, que en ocasiones va acompañada de otras prácticas desdeñables, como la proyección estereotipada de la mujer deportista: "La responsabilidad social del periodista tendría que ver con poner en conexión a la sociedad con el deporte, no con ser un mero altavoz de la idiosincrasia particular de un mundo que parece ajeno a las transformaciones sociales que se producen a su alrededor".
Igualmente subrayan la misión clave del periodismo en aquellos casos en los que el deporte provoca desórdenes que ponen en riesgo la paz social: "Teniendo en cuenta esa realidad el periodista tiene una responsabilidad en función de cómo informa del acontecimiento deportivo, para que no sea precisamente la desinformación o infracalidad informativa la que aliente esa violencia o puede ser utilizada como excusa (...) Los casos de violencia en el deporte se suceden y su tratamiento mediático a veces se sintetiza hasta el extremo de la perversión, donde lo que se busca es la curiosidad del espectador manifestada a golpe de visitas a la página, más que información sobre cómo sucedió o por qué sucedió. Interesa el morbo más que el desarrollo de la noticia y su trasfondo".
Efectivamente, "la forma de informar también puede servir como pedagogía de los entornos sociales relacionados con el deporte"; el periodismo halla aquí un terreno abonado para cumplir con su función social de informar, formar y entretener, para contribuir a la erradicación de comportamientos indeseados y para generar una cultura en torno a la diversidad de modalidades y competiciones que existen.
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