El profesor Jiménez Ríos, en su despacho. |
Por ello, es muy importante que desde la investigación académica cada cierto tiempo se publiquen estudios que analicen y divulguen el idioma. La última de estas obras filológicas se titula Historia del léxico español en obras normativas y de corrección lingüística, escrita por Enrique Jiménez Ríos, profesor titular de Lengua Española en la Universidad de Salamanca. Autor también de libros como La crítica lexicográfica y el Diccionario de la Real Academia Española. Obras y autores contra el Diccionario (2013) o Divulgación y especialización lexicográfica. El DRAE a la luz de sus reseñas (2013), y de decenas de artículos en revistas especializadas, Jiménez Ríos propone un recorrido documentado por la historia de las novedades léxicas que se han
ido introduciendo al cabo del tiempo en diccionarios y otras obras como diccionarios de dudas o libros de estilo. Hemos conversado con él sobre usos actuales y otras consideraciones del idioma.
- En su nueva obra incide en el estudio que explique la historia de las palabras. ¿Por qué era necesario este estudio sobre novedades léxicas en obras normativas y de corrección lingüística?
- La idea que planteo en el libro es que la historia de una palabra no solo viene dada por los textos en que se documenta. Hay opiniones sobre ellas, comentarios de lexicógrafos, gramáticos, escritores, o estudiosos interesados por la lengua –no voy a decir solo por su cuidado- que son de mucho interés para trazar esa historia. En las obras normativas y de corrección lingüística es particularmente frecuente que las palabras registradas vengan acompañadas de esos comentarios.
Hoy lo vemos también en la prensa, cuando aparece una nueva palabra porque se acuña o se toma de otra lengua. Y ahora esto también se produce en la información que suministra periódicamente la Real Academia Española con la actualización del diccionario (lo hizo en diciembre de 2017 y 2018).
- La consideración de qué es correcto lingüísticamente reside para muchos hablantes solo en el hecho de que una palabra o expresión esté o no en el diccionario, como si ahí estuvieran todas las respuestas...
Hoy lo vemos también en la prensa, cuando aparece una nueva palabra porque se acuña o se toma de otra lengua. Y ahora esto también se produce en la información que suministra periódicamente la Real Academia Española con la actualización del diccionario (lo hizo en diciembre de 2017 y 2018).
- La consideración de qué es correcto lingüísticamente reside para muchos hablantes solo en el hecho de que una palabra o expresión esté o no en el diccionario, como si ahí estuvieran todas las respuestas...
- Esta consideración resulta de la idea que se tiene del diccionario, especialmente del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (ahora también de ASALE, Asociación de Academias de la Lengua Española). Para los hablantes, la Academia es el órgano rector de la lengua y el diccionario, el instrumento para ejercer esa rección. La gramática y la ortografía lo son en menor medida, pues me atrevo a decir que la consulta de estas herramientas es menor que la del diccionario para el usuario de la lengua. Precisamente este hecho hace que en el diccionario se dé información propia de la gramática y la ortografía (más en uno con características específicas como el Diccionario panhispánico de dudas, publicado en 2005 por la RAE y ASALE).
La prueba de la afirmación hecha en la pregunta está en un hecho que podemos observar con frecuencia: al usar una palabra en ámbitos como la administración o la legislación se compulsa su existencia y significado propio en el diccionario académico, no en otro diccionario. El prestigio del diccionario y de la institución lo explican, y se llega a pensar que el diccionario es la lengua, que solo existe lo que en él se recoge.
Volviendo a la cuestión planteada: efectivamente en el diccionario no están las respuestas a todas las cuestiones que pueden llegar a plantearse los hablantes, ni es correcto solo lo que recoge. Además, podríamos preguntarnos por qué la comprobación se hace en el diccionario académico y no en otro. Y puede haber -como, de hecho, sucede- diferencias entre diccionarios.
- Usted señala, además, que el diccionario aparte de ofrecer palabras y significados e introducir modificaciones, debería explicar las razones que llevan a esos cambios porque esa es una información que puede ser útil para el usuario.
La prueba de la afirmación hecha en la pregunta está en un hecho que podemos observar con frecuencia: al usar una palabra en ámbitos como la administración o la legislación se compulsa su existencia y significado propio en el diccionario académico, no en otro diccionario. El prestigio del diccionario y de la institución lo explican, y se llega a pensar que el diccionario es la lengua, que solo existe lo que en él se recoge.
Volviendo a la cuestión planteada: efectivamente en el diccionario no están las respuestas a todas las cuestiones que pueden llegar a plantearse los hablantes, ni es correcto solo lo que recoge. Además, podríamos preguntarnos por qué la comprobación se hace en el diccionario académico y no en otro. Y puede haber -como, de hecho, sucede- diferencias entre diccionarios.
- Usted señala, además, que el diccionario aparte de ofrecer palabras y significados e introducir modificaciones, debería explicar las razones que llevan a esos cambios porque esa es una información que puede ser útil para el usuario.
- Sí, por una razón que me parece clara: porque el hablante no sabe qué palabra es problemática y cuál no. Por eso, el diccionario ha de ofrecer la información que puede encontrar, por ejemplo, en diccionarios de dudas o en libros de estilo. E incluso en esas obras que han proliferado en los últimos años que se ocupan de la historia de las palabras exponiendo relaciones y curiosidades históricas y etimológicas. El diccionario puede hacerlo, si pensamos en una lexicografía digital que no presenta las restricciones o limitaciones de espacio del soporte en papel.
"El periodismo deportivo ha generado el debate sobre la oportunidad o no de usar extranjerismos, sobre sus posibles equivalentes en español, el modo de admitirlos, con adaptación o sin ella. Es un tema abierto; sigue muy vivo y, por eso, es apasionante"
- De cualquier forma, y los periodistas lo experimentamos a diario, la gramática y el diccionario son obras indispensables para el manejo del idioma, pero a veces no bastan y hay que acudir a otro tipo de textos para resolver dudas. Me imagino que eso explica también la importancia de esas otras obras más allá de lo normativo que usted incluye en su estudio.
- La gramática y el diccionario son las obras fundamentales, pero hay otras que son relevantes en esa labor de enseñanza de la lengua y hay que destacar su función didáctica.
Una de las críticas que ha recibido el diccionario de la Real Academia Española es que recoge léxico muy diverso, que pretende cumplir muchas funciones: servir de diccionario histórico, ser un diccionario de regionalismos y americanismos, de tecnicismos, etc. Que es un diccionario que sirve para la comprensión de textos y poco para la producción. Todo esto depende de la información que suministre.
Las necesidades de los usuarios son diversas y un mismo diccionario no puede atender a todas. O no puede hacerlo adecuadamente; siempre destaca una función sobre otras. Por eso, hay distintos tipos de diccionarios. Con todo, siguen existiendo diccionarios generales como el académico, que podría completar su información. Esta información que se echa en falta aparece efectivamente en esas obras que ayudan al uso de la lengua y que resuelven muchas veces mejor las dudas que muchos diccionarios.
- ¿Qué papel ocupan y han ocupado los medios de comunicación en este proceso de forja de nuevas palabras, expresiones y significados?
- Un papel fundamental por la difusión de las novedades en el léxico. El cambio lingüístico, el cambio léxico, se explica como un proceso en el que a la creación de un término sigue su extensión o difusión. Los medios de comunicación actúan como resonadores de esa creación. Pienso ahora en palabras recientes, como cortoplacista o supremacista, que se deben a esa difusión y extensión. El resultado, si nos fijamos en la Academia y en su diccionario, y en la consideración de que solo existe y es correcto lo que aparece en él, ha sido su aceptación.
- Ahí están los libros de estilo periodísticos, que en algunos casos han contado con la participación de lingüistas y otros estudiosos del idioma y que en ocasiones incluyen recomendaciones o soluciones que no en encuentran (aún) en diccionarios.
- Efectivamente es así. Se han adelantado a admisiones o recomendaciones que con posterioridad han recogido los diccionarios. Esto ha sido así porque en su confección ha primado el criterio de uso, frente a la autoridad de los textos. Tradicionalmente, de un determinado tipo de textos, los literarios (e incluso de algunos autores, las autoridades que determinaron, por ejemplo, el primer diccionario académico, conocido precisamente así, Diccionario de autoridades). Con el tiempo la situación cambia. En la Academia, en la década de los noventa, gracias a la aparición de corpus léxicos, confeccionados a partir de una amplia tipología textual. Ahora el criterio aplicado para la admisión de una palabra, un significado o una construcción es el uso.
- Una de las obras que aún tienen en mente muchos periodistas sigue siendo El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter, quien también fue el autor del primer manual de estilo de la agencia EFE. Usted lo destaca de hecho como uno de los grandes divulgadores de la lengua española. ¿Podría ahondar algo más en cuál fue su gran aportación a la expansión del conocimiento del idioma español?
- Fernando Lázaro Carreter fue autor de los libros de textos con los que han aprendido lengua española muchas generaciones en la enseñanza primaria y secundaria. Fue un filólogo muy reconocido y de mucho prestigio. Los artículos de El dardo en la palabra, publicados en la prensa, sirvieron para acercar la lengua a los lectores -a los hablantes-, a través de la explicación de sus usos.
Y hay otro hecho que se puede señalar aquí y del que ha resultado la expansión del conocimiento del español tanto para los estudiosos de la lengua como para los hablantes. Lázaro Carreter impulsó la informatización de la Real Academia Española en los años en que fue director. Durante su mandato en los años noventa del pasado siglo se pusieron en marcha los corpus, el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) y el Corpus Diacrónico del Español (CORDE). A partir de ahí se crearon otras unidades en la Academia que han permitido acercar el trabajo desarrollado a los hablantes.
- ¿No cree aún más necesario que se explique al hablante bien por qué lo que antes era considerado incorrecto haya podido pasar a ser correcto al cabo del tiempo? Esos errores que de pronto dejan de serlo crean mucha confusión en el empleo de ciertas palabras. Pienso en algunas como cesar, pírrico, efectivo, …
- En el diccionario se pueden introducir estas explicaciones como notas de uso. Al hilo de lo dicho antes, el hablante no sabe qué palabra es problemática o ha experimentado una evolución; por eso, no puede quedar esta información en los diccionarios de dudas u obras específicas, o en el caso de un verbo como cesar, en la gramática.
Pero estas cuestiones van más allá del diccionario: se deben explicar en la enseñanza de la lengua como resultado de su evolución natural. El error es el motor del cambio; una incorrección puede dejar de serlo. En el léxico prefiero no hablar de error: una palabra es sustituida por otra, o toma un significado nuevo, distinto al que le es propio (lo propio aquí tiene mucho que ver con lo etimológico). Luego, el conocedor de estos hechos elegirá la forma o el uso que le parezca oportuno, lo que existe o lo nuevo. Esto en el pasado alimentaba la disputa entre casticistas y puristas: el casticista es quien se apega a lo tradicional y admite la novedad, aunque no participa de ella; el purista, rechaza la innovación y la censura.
- ¿En qué aspectos del léxico considera que es más complicado hacer entender al hablante los nuevos usos? ¿Quizá en esos neologismos considerados innecesarios? ¿O en esos extranjerismos de los que a veces se abusa?
- Yo creo que el hablante usa la lengua y muchas veces no se da cuenta de que hace uso de formas nuevas. Las oye o las lee, y las imita. Quizás no se plantea si son correctas o no, novedosas o no. Lo necesario o innecesario de un término no solo tiene que ver con lo conceptual, sino también con lo estilístico: un neologismo puede no ser necesario para designar una realidad por existir ya una palabra en español, pero puede venir rodeada de prestigio y cumplir una función estilística.
Lo que sí me parece fundamental aquí es que el hablante reflexione sobre su propia lengua, sobre el uso que hace de ella. Y esto solo puede conseguirse con instrucción y enseñanza.
- Ya que estamos en un blog centrado en la información deportiva, ¿qué aportaciones ha realizado el periodismo deportivo a la evolución de la lengua?
- Ha incorporado extranjerismos, particularmente anglicismos. Y lo que me parece más importante: ha generado el debate sobre la oportunidad o no de esos términos, la reflexión sobre sus posibles equivalentes en español, el modo de admitirlos, con adaptación o sin ella. Es un tema abierto; sigue muy vivo y, por eso, es apasionante.
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